El reconocido artista japonés Taro Okamoto (1911-1996) buscó por décadas un mural que pintó en México entre 1968 y 1969. La obra centraliza la representación de una explosión nuclear y un esqueleto en llamas, un motivo mexicano reconocido por el pintor.

El mito del mañana, mural de 30 metros de largo por 5.5 de alto formado por paneles, vincula escuelas pictóricas de dos países y dos olimpiadas. Apareció con grave deterioro en 2003 en una bodega de materiales; después de ser llevado a Japón y restaurado se exhibe en la estación Shibuya del sistema de transporte subterráneo de Tokio.

Una reproducción a menor escala se expone en la muestra El impacto de México: las experiencias mexicanas sacuden radicalmente a Japón en el Museo de la Ribera de Ichihara, en el país asiático, que concluirá en septiembre próximo.

Keiichi Tanaka explora en un artículo publicado en la revista Crónicas de la Universidad Nacional Autónoma de México el trasiego por casi 40 años del mural. Ahí dice que la composición de El mito del mañana recuerda las tragedias de Hiroshima y Nagasaki.

“Con las llamas en un rojo brillante, que cubren toda la obra, Taro hizo hincapié en la fuerza abrumadora y exterminadora de la explosión. En la parte inferior, a los pies del esqueleto, dos grupos de personas huyen en busca de socorro, acentuando así el horror que significó la bomba atómica.”

En un extremo se observa a “tres personas deformadas, pintadas en colores cálidos: rojo, verde y amarillo. Ellas no se muestran oscuras, tristes, rasgo común de las pinturas de tema antinuclear o antiguerra. En cambio, en sus figuras se nota esperanza”.

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La tragedia vista como reto

Tanaka refiere que Okamoto sostuvo en una entrevista que tras “la explosión de la bomba atómica, la gente cae en un desorden caótico pero después trata de superar el desastre. En esta obra intenté expresar nuestros deseos de levantar el futuro”.

Para Taro, continúa Tanaka, “la destrucción a causa de la bomba atómica no es el final de la vida, sino el inicio de una nueva. Taro cree que ese desastre no es una tragedia, sino un reto. Por eso afirma que tenemos que superar esta dificultad y no debemos estar abatidos.

“Además, este desastre constituye un acontecimiento ya pasado y más tarde puede convertirse en un ‘mito’. Es así como Taro decidió ponerle ese nombre al mural y trató de expresar su esperanza hacia el futuro con sus fuertes pinceladas y colores saturados.”

Toshiko, según el documento, contó que su esposo le dijo: “en París o en Tokio no me atrevería, pero en México está bien el esqueleto. Hay una fiesta llamada el Día de Muertos”. Antes, el pintor mencionó en una entrevista que el país “tiene un arte místico arraigado en la tierra, y éste tiene algo que ver con la cultura oriental. Espero que el mural tenga una profundidad espiritual, común en las dos culturas”.

Su vínculo con México

Okamoto ya tenía una relación con México desde la década de los 50, cuando lo visitó en varias ocasiones; fue amigo de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Entonces ironizó: “¡Este país es imperdonable… me imita desde hace miles de años!”, refiere la periodista mexicana Silvia Lidia González que escribió un texto sobre el artista japonés.

El artículo de Tanaka menciona que Okamoto ya era muy conocido en la década de los 60, cuando el empresario Manuel Suárez, mecenas de varios artistas mexicanos, le encargó un mural para su ambicioso complejo arquitectónico en construcción para los Juegos Olímpicos, cuya obra más importante era el hotel de México.

Okamoto estaba encargado en ese entonces del pabellón de su país en la Expo Osaka, primera feria internacional celebrada en Asia, y realizaba su El monumento del Sol, de 70 metros de altura y es su obra más reconocida a escala mundial.

Entre 1968 y 1969, Taro visitó México y dirigió la realización del mural, con pintores ayudantes reunidos por Luis Nishizawa y Shinzaburo Takeda. Su taller fue la bodega del entonces supermercado Gigante de Mixcoac.

El mural fue concluido en septiembre de 1969, pero nunca fue firmado por Okamoto, pues la inauguración del hotel se suspendió debido a dificultades financieras de Manuel Suárez y el cambio de propietario del inmueble. El paradero de la obra se ignoró desde esa época.

Tras la muerte del artista, su viuda, Toshiko, siguió la búsqueda de la obra y la localizó en 2003, en un depósito de materiales en las afueras de la Ciudad de México.

Cuando concluyó la profunda restauración, en junio de 2006, el mural fue expuesto al público en Tokio, desde el 8 de julio hasta el 31 de agosto de ese año. Lo vieron más de 2 millones de personas.

Por editor