A medida que México se convierte cada vez más en destino de personas solicitantes de asilo, aumentan las necesidades entre quienes esperan que se tramiten sus solicitudes en el sur del país.

En cuestión de minutos, una estrecha embarcación motorizada cruza el río Usumacinta desde el lado guatemalteco hasta una playa del lado mexicano.

Algunas embarcaciones llevan turistas que regresan de una visita a las ruinas mayas de Yaxchilán, pero la mayoría transporta viajeros de otro tipo. Desembarcan en grupos de una docena o más, con mochilas y botellas de agua, y a veces con niños pequeños. Algunos van acompañados de “guías” de pago que van hablando por teléfonos móviles mientras apresuran a sus pasajeros a cruzar la orilla y subir por la ribera hasta los taxis que esperan. Quienes no pueden permitirse un guía caminan por la sofocante carretera que atraviesa densos bosques y montañas durante los 165 kilómetros siguientes hasta la ciudad de Palenque.

Esta ribera del pequeño pueblo de Frontera Corozal, en Chiapas, el estado de México situado más al sur, es un punto de escala para el creciente número de personas solicitantes de asilo y migrantes que se abren camino a través de Sudamérica y Centroamérica. Mientras que algunos ven a México como una simple estación de paso en su viaje hacia el norte, un número cada vez mayor lo ve como su destino, un lugar donde pueden encontrar seguridad y estabilidad.

Un sistema de asilo bajo presión

Carlos Gómez y su esposa Haiset Hernández llegaron aquí hace cinco meses con sus dos hijos pequeños tras huir de la remota zona de La Mosquitia, en el extremo noreste de Honduras, donde Carlos cultivaba maíz, frijoles y sandías para mantener a su familia. “Era una buena vida”, comentó. “Pero donde cultivábamos nos amenazaban los traficantes [de drogas]. Querían utilizar nuestro terreno para hacer sus trabajos y aterrizar sus avionetas”.

Cuando algunos de sus vecinos se negaron, los traficantes les castigaron asesinando a sus hijos. Carlos y Haiset no esperaron a saber si ellos serían los siguientes. Tomaron un autobús a Guatemala y luego cruzaron a México. Se habían quedado sin dinero y caminaban por la carretera de Palenque cuando los agentes de migración los detuvieron.

Después de dos días en un centro de detención para migrantes, fueron remitidos a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), donde solicitaron asilo. Pronto conocerán el resultado de ese proceso, pero ha sido una espera difícil en una zona con muy pocas oportunidades de empleo. Para quienes llegaron más recientemente, es probable que la espera sea aún más dura.

La COMAR ha pasado de recibir unas 2.000 solicitudes de asilo al año hace una década a recibir casi 120.000 el año pasado. El presupuesto y el personal de la institución han tenido dificultades para mantener el ritmo, incluso con el importante apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.

Solicitudes de asilo en México

“Estimamos que, con el presupuesto y personal actuales, la COMAR puede tramitar unas 6.000 solicitudes de asilo al mes, mientras que están recibiendo 12.000 solicitudes”, señaló Josep Herreros, Representante Adjunto de ACNUR en México. “A pesar de los avances, no es suficiente. El sistema de asilo está sometido a una presión abrumadora”.

Larga espera para registrarse

Muchas de las personas recién llegadas son haitianas como Favol Saint Claire, quien había estado viviendo y trabajando en Brasil durante varios años antes de que la economía de ese país diera un giro a la baja. Poco dispuesto a regresar a Puerto Príncipe, la capital de Haití, donde las pandillas violentas tienen cada vez más influencia, Favol y su familia atravesaron América del Sur y Central durante un mes antes de llegar a México.

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